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Jueves Santo de coraje y corazón, de fe y de amor

La vivencia de este Jueves Santo fue para nosotros una lección de humanidad, de cristianismo, de fe a nuestros titulares, de amor y una catequesis de hermandad.

 

Vivimos una Estación de Penitencia que se convirtió en un camino testimonial de fe y de amor, en un ejemplo de hermandad formado por la unión de nuestro cuerpo de nazarenos luminarios, por la mesura de nuestros acólitos, por la dulzura y la ternura de nuestros monaguillos, por la fortaleza y el valor de nuestros costaleros y por la destreza de nuestros capataces. Se hizo el camino repleto de plegarias y oraciones, de los ruegos por la salud de los nuestros, de la memoria por los que nos dejaron, de los recuerdos de aquellos que este año no pueden disfrutar con nosotros de este gran día. Un camino de Padrenuestros y Avemarías derramados por las calles de nuestras ciudad.

El esfuerzo, el trabajo, la dedicación y la predisposición por parte de todas las personas que participaron en la Estación de Penitencia y en su preparación es digna de toda alabanza, de respeto y de agradecimiento.

 

Cada tornillo apretado, cada flor pinchada, cada oración preparatoria se hicieron por ti, Señor de la Cena. Cada puntada cosida, cada ropa planchada, cada costal hecho, también por ti, Madre del Amparo y Esperanza. Cada vela fundida, cada recoveco de plata limpiado, cada guardabrisa abrillantado, como no, también por ti, Jesús Humillado, por ver si te reflejabas en mi sueño de Jueves Santo.

Discurrió todo entre la maestría de nuestros mayores y el ímpetu de la juventud, apoyándonos los unos en los otros, sosteniéndonos unos a otros y aliviando así la penitencia de todos. Se vivió una verdadera jornada de hermandad. El peso se hizo liviano a base de cariño, la sutileza siempre venciendo a la destemplanza. La trabazón de fe y amor nos hizo superar cada rayo de sol que quemaba los pies de nuestros penitentes y nazarenos, cada llaga abierta de nuestros costaleros, cada cuesta y cada piedra que dificultaba el camino. No encontramos escollo que no fuese superable mirándote a los ojos, Madre del Amparo, que nos acogiste bajo tu manto. Y hubo esperanza en la luminaria de tus velas, en el contorno de tu palio al revirar.

Se hizo el amor en las pequeñas cosas, Señor, en tu mirada afable, en el gesto de tu mano generosa, en el bamboleo de tu túnica, en el olor de tus rosas, en cada grano de trigo de tus espigas. Se hizo el amor en las hogazas de pan y en el vino de las jarras. Todo lo que Te rodea se hizo amor, Señor. Se colaba el Amor por los entresijos del tallado de la canastilla, se inundó todo de Amor, los costales y las zapatillas, de esta manera todo fue Amor, todo se hizo fe y devoción.

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