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Un sueño de Jueves Santo.

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Los previos a cualquier gran celebración, en este caso nuestra Estación de Penitencia son, sin lugar a dudas, de nervios, de ansiedad ante lo venidero, de momentos íntimos que se muestran sublimes. La noche en que se coloca a la imagen de Nuestra Madre en su palio, se vive un momento íntimo de silencio, recogimiento y oración, de reflexión y sentido verdadero a lo superficial que todo cofrade debería vivir. Hacer protestación pública de fe, supone no sólo caminar por las calles de nuestro pueblo mostrándonos como cristianos, sino sobre todo, caminar por un sendero interior hacia el Amor verdadero, hacia el Amor de los amores, meditar como con todas las piedras que nos encontramos en nuestro transitar construimos un castillo de fe inagotable. Así es como debemos vivirlo como bien dice nuestro lema “En Cristo, pan de vida, con María, a través de la Iglesia”.

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En la noche del Miércoles Santo debe quedar todo terminado. Se ultima el adorno floral de Misterio y Palio, y entre idas y venidas de cestas con claveles rojo sangre y blanco inmaculado, alguien dice:

– Tenemos que hacer las peticiones.

Se oye una voz de mujer desde el fondo de la Casa Hermandad.

– Por los niños… por los que han nacido, por los no nacidos y por los que nacerán. – ¡Apuntada! – Por nuestros hermanos difuntos – apostilla una señora mayor sentada en una silla, observando la escena y recordando a quienes ya no viven estos momentos con nosotros –

Se hace un silencio…(todos recordamos a alguien), se rompe la calma.

– ¡El lazo negro! ponedme la escalera que lo voy a colocar ahora mismo.

Distintas voces al mismo tiempo.

– Más arriba, ponlo más arriba. – Ahí está perfecto. – Aquí vienen con nosotros – ya bajando de la escalera mientras pasaba su mano acariciando dulcemente la desdichada negrura del lazo –

Se vuelve a hacer el silencio… interrumpe alguien desde arriba.

– Mirad los pliegues de Santiago, ¿se ve el forro? – No se ve, va perfecto. Por los cristianos asesinados…, tenemos que pedir por los cristianos asesinados. – Sí, y para que no haya más muertos en nombre de ninguna religión, que no utilicen las religiones para desencadenar guerras donde mueren tantos inocentes.

Desde el palio…

– Venid uno, a ver si véis hueco aquí. – Ahí cabe un clavel. – Oye, escuchad, por nuestra ONG y por Cáritas, por su labor incansable de ayuda a los que la necesitan. – Perfecto, sigo apuntando…, todo esto se lo tengo que decir a Ricardo para las “levantás”…

Y así, entre alfiler que asegura dobladillos, puntadas de última hora, entre colocar la toalla, el paño impregnado de la misericordia de Cristo, y rematar detalles de insignias se gesta la preparación de los rezos de nuestros nazarenos y costaleros.

Los preparativos deben concluirse y el trabajo se acelera más a cada momento, la Hermandad Madrina está en la calle y alguien dice, mientras se cortan tallos y se ultiman las esquinas–¿nos dará tiempo a verla recogerse? –

Es Jueves Santo, por fin, y el crepúsculo matutino de la primera luz me despierta con la idea de que el día de hoy es solo para Ti.

Se abren las puertas y se recupera en la Hermandad más joven de este pueblo una de las tradiciones más antiguas de nuestra tierra. A la buena usanza y como mandan las Hermandades con solera, se vuelven a ver mujeres de mantilla en La Cena. Es Jueves Santo y en nuestra tierra las buenas costumbres cristianas dicen que la mujer debe vestir luto por Cristo para rezar ante el Sagrario.

En esta Hermandad Sacramental no puede faltar un momento durante la mañana para el recogimiento y la oración ante el Santísimo; el luto y el rezo, el carey y la contemplación, arropando tanto amor de tus hijas que te es entregado envuelto en encaje negro de adoración y veneración hacia Ti.

Y en una esquinita de nuestra parroquia espera sentado nuestro Cristo Humillado, el que nos da lecciones de paciencia y humildad. Recordando una cita de Juan “si te he hecho algún mal, dímelo; sino ¿por qué me pegas?” (Jn.18,23) y siguiendo su ejemplo, así con la palabra, debemos sufrir los cristianos las humillaciones, las faltas de respeto, las ofensas, los desprecios… y así lo hacemos, siguiendo su ejemplo aguardamos sentados esperando respuestas y aguantando los golpes y desdenes con los que quienes nos quieren mal nos zarandean.


Llegará un día en esta Hermandad en que salgas también un Jueves Santo a dar lecciones por las calles de este pueblo, mientras tanto eres nuestro ejemplo de fortaleza, y la mansedumbre y la dulzura de tu mirada se queda en nuestra retina y Tú vienes en nuestros corazones durante la Estación de Penitencia llenándonos de Amor el alma.

Ya en la tarde se abren las puertas y el barrio entero se congrega en La Hacendita, para ver a su Cristo y a su Virgen, se emplazan la expectación del sol y el aroma del incienso para ver salir el cortejo de su Hermandad. Se ensanchan las estrecheces cuando llega Cristo bendiciendo; las penas se vuelven alegrías y los lamentos gozos. Sus discípulos, como hicieron sus apóstoles, no debemos decaer nunca porque el Amor verdadero todo lo sufre y todo lo soporta y así se sigue haciendo fuerte y sólida una Hermandad con el ahínco de sus hermanos, el brío y el vigor de sus costaleros, el frenesí de sus jóvenes, la vehemencia de sus mayores, el sacrificio de sus familias, el empeño de sus acólitos y monaguillos…

En cuanto cruzan los primeros varales el dintel de la puerta ya se muestra la Esperanza burdeos de la Hacendita recogiendo los rezos de sus fieles y devotos, pétalos de rosa inmaculados para Nuestra Señora del Amparo y Esperanza y en cada pétalo las ilusiones de nuestros hermanos. Que le lluevan sus rezos en forma de flores, que Nuestra Señora nos ampare bajo su manto en los momentos difíciles.





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Y en la memoria, imposible olvidar, como si hubiese quedado cincelada, la imagen ejemplar de nuestros jóvenes acólitos y monaguillos reverdeciendo, desde un dechado de respeto y saber estar, nuestra Hermandad, mostrándose como un futuro incontestable y una promesa de lo que está por venir. Repleta las cestas de la dulzura que desborda tal cuerpo de acólitos, porque no cabe más ternura en tan poca cosa, y allá van a derramar por las calles el amor más inocente, el más puro de todos, el que solo un niño tiene.





Estuvo el recorrido envuelto entre los sones del magisterio musical de Virgen de los Reyes, Agrupación Musical de imponente presencia que honró ya por segunda vez a nuestra Hermandad acompañándonos. Y en el Palio el contrapunto que con su juventud, su empeño y dedicación complementa a la perfección el cortejo tras nuestro Palio. Mil gracias por tanto cariño.










Con el correr de los acontecimientos, es inevitable pensar que las personas vienen a este mundo para cumplir una misión concreta. Esta Hermandad se cruza en su camino con Ricardo Almansa y su cuerpo de capataces, amén de la cuadrilla de costaleros que le sigue. Y como si de ángeles custodios se tratara que según la tradición bíblica acompañan a los hombres por el camino de la vida para acercarlos a Dios, cuidarlos, protegerlos y guiarlos; así, nuestros capataces custodian las cuatro esquinas de cada paso, haciendo llegar la presencia de nuestras imágenes a devotos y fieles en una Estación de Penitencia plena de momentos emocionantes e inolvidables en los que la música y la voz del capataz se encargan de gestionar en el tiempo la belleza de cada instante, con revirás de ensueño y levantás de las que encogen el alma. Quienes lo conocemos sabemos que cuando se le escucha decirles a esos ángeles de costal y alpargatas: “ustedes solos” es que vamos a vivir un momento de los que “paran el tiempo”. Que Dios te haya enviado a nuestra Hermandad, como un ángel a cumplir una misión, es un regalo más que desde el cielo se nos hace.


Y un año más todos disfrutamos del descomunal Misterio de la Sagrada Cena que volvió a impresionar a su majestuoso paso y del Palio de Nuestra Señora del Amparo y Esperanza que con la luminaria de su candelería hacía brotar en los corazones de quienes la contemplaban la incandescencia del Amor verdadero.



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